Irene y Miguel
Nuestra historia
¡Enhorabuena! Has descubierto la página secreta.
Soy Miguel, y en estas líneas te cuento una parte importante de nuestra historia desde mi punto de vista –y a espaldas de Irene.​ Algo de bueno tenía que tener que me haya encargado yo de montar esta web.
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Lo creas o no, ella no sabe que esto existe, así que no se lo digas.

Valencia
Todo empezó como suelen empezar estas historias, amigos en común y unas cuantas cervezas improvisadas.
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Desde esas primeras ocasiones en las que coincidíamos sin buscarlo hasta nuestra primera cita pasó más de un año, pero vi ese algo especial en ella desde el primer día. No me pidas que te lo explique, pero seguro que sabes a lo que me refiero. Conoces a miles de personas a lo largo de tu vida, pero desgraciadamente no hay tantas que te dejen huella.
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Ella sí. Por supuesto que sí.
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Aún no entendía los motivos, porque no es la persona más fácil del mundo de primeras —guárdame este secreto—, pero se quedó instalada en mi cabeza, y no tiene pinta de que se vaya a ir pronto.
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Al principio Irene no me tenía en sus planes. De hecho, me gusta llamar a esa etapa " la unidireccionalidad”. Costó romper la barrera, pero es lo que siempre pasa con ella. Cuesta acceder, pero una vez que lo haces se entrega, y encontrarás en ella a alguien dispuesto a luchar por ti y a estar cuando lo necesites.
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Valencia estará siempre ligada a nuestros primeros momentos, esos que desbordan intensidad. Allí se cimentó todo. Encontrarnos era fácil porque vivíamos a 15 minutos, pero sobre todo porque queríamos vernos.
Y así todo fue rodando durante casi un año hasta nuestra siguiente etapa.
Roma
Irene aceptó una oportunidad laboral en Roma. Estuvo allí un año y medio, que se dice rápido, pero hay que vivirlo. Se fue sin fecha de vuelta y para ambos fue un momento de mucha incertidumbre.
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No me malinterpretes, disfruté mucho de Roma y de la ausencia total y absoluta de rutina que teníamos cuando iba a verla o cuando venía ella a verme a Valencia. Nos planificábamos nuestro oasis de un fin de semana, y Roma no es Burundi —sin ofender a los burundeses. Curiosamente, lo que más recordaré es lo cotidiano, como salir a correr y toparme con el Circo Máximo y el Coliseo, comer una carbonara en el Pepe, tomar un café por la mañana en el Barbuto o quedar con sus amigos, que con el paso del tiempo acabé sintiendo como míos.
Sin embargo, la incertidumbre era un ruido de fondo en mi cabeza que a veces era apenas perceptible, y otras era lo único que podía escuchar. Yo sabía que ella era la persona, lo que no sabía era si la distancia nos iba a robar un futuro juntos.
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Pero ella no se rinde fácilmente con la gente que quiere.
En gran medida seguimos adelante porque me transmitió una seguridad en nosotros difícil de explicar dadas las circunstancias.
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Con todo esto sobre la mesa, te podrás imaginar lo feliz que me sentí cuando por fin me llamó para darme la gran noticia. Se volvía a España. Y el principio del fin de su etapa en Roma supuso un nuevo comienzo para nosotros, porque se disolvieron las dudas y ya solo quedaba disfrutar de Roma mientras durara.
Y prepararnos para pasar una vida juntos.


Madrid
A pesar de que el desencadenante de su decisión de volver fuera laboral, la posibilidad de juntarnos pesaba en su decisión. Y si ella se tiraba a la piscina, debía asegurarme de que tuviera agua. Este fue el gran paso adelante en nuestra relación.
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En mi cabeza, encontrarnos en España para vivir juntos no iba a ser un ensayo para ver cómo iba la cosa. Creo sinceramente que solo se puede aguantar la fricción que supone el adaptarte a alguien si tienes el convencimiento de que el único desenlace posible a un conflicto es solucionarlo, porque no hay otra opción que seguir juntos. Convivir simplemente nos demostró que los defectos del otro son —más o menos— tolerables, que nuestras fortalezas se complementan y que juntos somos más felices que estando solos.
A partir de aquí, pedirle que se casara conmigo y todo lo que ha pasado entre medias hasta hoy no es más que la consecuencia de recorrer este camino juntos. Y se lo pedí en nuestro piso, con el pijama, los pelos de estar recién levantados de cama y desayunando unas tostadas. Celebrando lo cotidiano.
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Porque yo no me caso con ella por los días que vamos a un restaurante caro.
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Lo hago por lo especial que hace cada día de mi vida.